Monumento a Cervantes
Navalcarnero (Madrid)
Se trata de una obra en la que el artista vuelve a enfrentarse a la realización de un monumento en el
que desplegar un conocimiento exhaustivo de los ropajes y de la época. No se trata de un virtuosismo
huero, sino de la búsqueda del mayor realismo posible. Amaya nos traslada al siglo XVI ante la visión de
esta obra. Pero hay mucho más en esta escultura. Salvador Amaya realiza un estudio psicológico del
personaje centrándose en su rostro, del que sobresale su serena mirada; su virtuosismo está al servicio del
personaje. Y es que Amaya toma el camino difícil del escultor realista. Agradecido por el público en
general y rechazado por algunos críticos, la escultura realista se encuentra en desventaja frente a la
abstracción. El artista "moderno" se encuentra con la ventaja de poder liberarse de la realización directa
de la obra, lo que le permite concentrarse en la "idea" y dejar para manos más técnicas la terminación de
la obra. Sin embargo, los escultores en bronce, que hunden sus manos en el barro, rehusando artificios y
enfrentándose a la obra en el tamaño definitivo, se encuentran limitados en su producción. Cada obra es
única, fruto de un estudio de la obra, de la personalidad del retratado y del trabajo directo con la
materia. Salvador Amaya es uno de esos artistas que trabaja sin tregua, hasta la extenuación, que da
"vida" al frío barro, atento siempre al detalle, a la fidelidad, buscando (y encontrando) el lado humano
en los personajes que retrata, la belleza en sus desnudos, el brutal instinto en sus guerreros, la serenidad
en la vejez, lo divino en un peregrino. La honestidad con la que se enfrenta a su tarea artística le eleva
sobre cualquier consideración y disputa entre abstracción o realismo: él es un artista.
www.esculturaurbana.com